¿Y
si yo fuera una persona refugiada? Comenzar de nuevo en otro país.
POR: SONIA ITZEL CASTILLA TORRES
Alumna del COBAEV 04 Agua Dulce, Veracruz
Soy un navegante, un caminador un conocedor de mundos, espacios,
tiempos; nunca me había detenido mucho tiempo en una sola época, o en un país,
o en un pueblo, pero en mi planeta hubo un evento desafortunado, y
afortunadamente logré escapar, buscando un refugio para poder soñar, creer y
conocer, o como dirían mis amigos y familiares: huir como una rata de un
embarco a punto de hundirse. Empecé en un país y me quedé ahí por un largo tiempo,
los seres que encontré, tenían formas de
hablar y de ser que nunca había visto ni presenciado.
Día a día logré sentirme
parte de ellos, comí su comida, bebí sus bebidas (estas eran las más raras y
extrañas, tenían múltiples sabores, picaban mucho y algunas eran demasiado
dulces, otras lograban causarme tremendos dolores de cabeza, nauseas y pérdida
de memoria), le rendí culto a su Dios, en ciertos días no se podía comer carne,
¡es más no podíamos comer por las mañanas!
En mi planeta, cuando alguien muere, simplemente no lo recordamos; estos seres utilizaban dos días poner las
fotos de sus difuntos, ofrecerles alimentos, agua, dulces y estar con ellos en el panteón, porque, según regresaban
al más acá. Al finalizar su año, hacían muchas fiestas y celebraban el nacimiento de un niño, cuyo
nombre no recuerdo pero sin lugar a dudas era muy importante; y días después llegaban un par de reyes a
dejar regalos.
En un principio me
pareció un lugar increíble, con diversidad de personas, múltiples maneras de
vestir, de ser y de comportarse. Después de mi planeta, ese era el mejor lugar,
aunque ellos no se daban cuenta. No respetaban las cosas que los diferencian de
los demás, por ejemplo, tenían una canción que entonaban en ciertas fechas o
situaciones, una canción realmente hermosa que contaba una historia, un pasado;
junto con una bandera que oscilaba en lo alto de un mástil; un gran libro,
producto de una gran lucha, donde escribían las reglas que se debían
seguir.
A ellos parecían no importarles,
yo me comporté como debía de ser, no
cuestioné sus costumbres ni tradiciones, aunque algunas no me parecían muy
desarrolladas sino, cavernícolas. Pero yo no era de ahí, yo venía de otro lugar
y tenía que adaptarme a las circunstancias para poder sobrevivir.
Era increíble observar como la mujer tenía un papel por abajo del
hombre, como la falta de decisiones y responsabilidades podían desembocar en un
caos, y ver como dañaban su propio espacio, quemaban basura, talaban sus
árboles, cazaban sus animales, desperdiciaban en gran medida el agua, entre
otras cosas. Aún así me sentía muy feliz en ese lugar, tal vez era el temor de
regresar a mi hogar, aunque en algunas noches la nostalgia golpeaba mi alma
acompañada de realidad de que no tenía nada, que estaba solo, que mi pasado, y
mi futuro no pertenecían a este lugar.
Llego el momento en que me aburrí y como
temí que en un momento de incoherencia regresará por dónde había llegado,
decidí que era hora de emigrar y conocer nuevos lugares, así que una noche
mientras deambulaba, vi como miles de hombres y mujeres, niños y niñas se
cernían y agarraban con fuerza de una maquina de fierro. Muchos de ellos
cayeron, otro más cedieron y unos pocos permanecieron. En un arrebato de
locura, corrí, corrí y corrí, logre treparme y mantenerme, me acomodé y vi como
una pequeña niña lloraba silenciosamente mientras su padre caía y desaparecía
entre la oscuridad y las vías. Otra mujer gritaba y chillaba del dolor, al
recordar que no había marcha atrás. A lo lejos una familia despedía al hombre
de la casa, con la esperanza de que pronto todo mejoraría. Unos hombres
ayudaban a levantar a otro, el cual tenía una gran herida en la pierna, se
miraron entre sí y él se dio cuenta que no iba a durar mucho.
Así fue como conocí el dolor y el sufrimiento.
Mientras el sol penetraba nuestros
cuerpos y el fierro ardiente quemaba sueños, ideas, y pensamientos se contaron historias, llenas de sufrimientos y
lágrimas que demostraban lo peor de la
humanidad, ¡yo no sabía qué hacer! No sabía si llorar o maldecir. Me enteré que
las cosas en la tierra no eran fáciles, que si no había dinero no comías, no
vestías, no prosperabas. Se le daba más importancia a la ropa puesta, que a una sonrisa. Que las personas eran egoístas
y sólo veían por sí mismas.
¡No podía creer que los humanos fueran tan
malos! Que vieran al prójimo sufrir,
morirse de hambre, de sed; de frío o de insolación y no se le pudiera tender
una mano, darle un pan, un vaso de agua, un abrigo, un techo, un espacio. No
quería estar más aquí, me enfermaba. Yo sabía que no iba a aguantar este viaje,
que en un momento u otro, mi alma se iría a dónde debía estar, que dejaría un
cuerpo en este mundo terrenal, y regresaría como un cobarde a mi lugar.
Lo
mejor que pude hacer, fue saltar, dejar todo esto atrás, yo tenía la
oportunidad de hacerlo, ellos no. Yo podía huir como un cobarde, como la rata
que deja el barco mientras se hunde. Ellos
no tenían otra opción, ellos tenían que luchar, y aguantar.